
Pero fueron Sandra Russo y Nora Veigas, las que comieron el queso y cruzaron y cuestionaron los dichos de la invitada. Incluso se le preguntó por Clarin y TN. Y hasta hubo un entredicho por cuestiones personales, con amagos de mostrar talonario de facturas para comparar cuánta cobraba una y otra.
No... no, eso no es pruralidad.
No es invitar a quien piensa distinto -por más absurda o infundada que parezca su verba-, e interferirla ante cada dicho. Mucho menos apuntarle como si fuese accionista del pool mediático más odiado. Cuando se sintió ante las cuerdas, la propia Sarlo se defendió así: "Eso preguntaselo a Magnetto".

Además, qué hacían 5 panelistas apuntándole a una, invitada. El juego de Sarlo fue tras un informe sobre el premio Martín Fierro que recibió Samuel Gelblung contestar otra cosa. Desviar la imagen del tipo que juega con la memoria como si fuera un chiche, y hablar de la restauración de la democracia en distintos países de la región, mezclarlo con Malvinas y recordar el voto de Luder en el 82' a favor de la autoamnistía militar ¡Error en contestarle a la chicana más básica del gorilismo que quiere meterte en la bolsa de la discusión dos o tres peronismos en uno!
Eso sucede –estoy casi seguro-, cuando hay ausencia de peronistas entre los panelistas de un programa que la juega de herramienta de difusión y discusión de ciertos temas (aunque esto, si es así, es más largo de discutir). Y lo bien que lo hace, hizo y hará. Pero déjenme escribir que no puede un periodista adelantar su legajo para intentar salvarlo -¿frente a quién si los seguidores del programa ya la beatificaron?-, antes que aprovechar la primera visita de un "disidente" en serio y bravo al programa que más ruido hizo en la tv pública.
El espíritu de la ley de Servicios de Comunicación Audiovisual -¿si los mercados tienen humor por qué carajo se ríen con sorna cuando uno dice que la nueva ley de medios tiene espíritu?-, es la igualdad de espacios y micrófono para todas las voces. Se escucha por allí con ignorancia, en reiteradas oportunidades y de boca de notables de la comunicación, que "por eso necesitamos que la ley de medios se ponga en marcha lo antes posible para que este tipo de cosas no sucedan más”. ¡Si la ley no está hecha para prohibir!
Sí es cierto que limita imágenes en las tardes hot de los canales abiertos. Sí estimula la programación local y acotadas cuotas de temáticas según cada región y señal. Sí parte el aire en tres y los reparte como nunca antes. Sí refuerza el papel de la autoridad de aplicación y la democratiza, aún más que en Brasil, Francia y Estados Unidos, países de los cuales sus regulaciones y leyes sirvieron como modelo e incluso se superaron.

Un programa de televisión que se jacta de abrir cabezas, de tenerla clara, de desafiar a quienes lo denostan y ningunean sin fundamento alguno a sentarse a su mesa y discutir, no ha debatido. Perdió la chance. Y los televidentes –y quienes deseamos ese cruce de ideas como cuando Aníbal Fernández, un bloggero y Orlando Barone hablaron profunda y profusamente sobre Jorge Luis Borges-, vacíos. Esta vez, fuimos espectadores de una pelea hueca, con palabras flacuchas, mendigas; y llevadas al terreno donde ellos –ese ellos que ha logrado reconocer tan bien 678-, jugando a su juego: el ego de inflar. Pero incluso eso no les duele tanto a quienes hacen 678.
Sino algo peor: además aburrió.
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