domingo, 15 de julio de 2012

La jugada Riquelme


¿Qué sucedió en el vestuario del estadio Pacaembú para que el último máximo ídolo de Boca, el que solo suma más copas libertadores que el rival de siempre, diga basta? ¿Qué mueve a un presidente de mirada mafiosa, y a un entrenador con ínfulas de emperador, a conspirar así, incluso con la Copa Libertadores de por medio? ¿Puede una dirigencia y entrenador, “comprarse” un quilombo como el de Roncaglia, por el pago de un seguro, el mismo día en que el plantel debe partir a jugar la revancha por la final? Se lo pregunté a Antonio Rattin y Enrique Hrabina, uno y dos días antes de la revancha de la final, respectivamente. Es inconcebible, dijo uno. No lo puedo entender, el otro.
Es que es ingenuo pensar en que hubo falta de muñeca de parte de esta dirigencia de Boca en, además, no elegir ninguno de los árbitros de la final, ni “sacar” del Pacaembú a Corinthians, incluso teniendo en cuenta que la final de la Copa anterior entre Santos y Peñarol el estadio recibió las mismas quejas, el partido terminó a las piñas, el plantel visitante la pasó muy mal tras la coronación de Neymar y compañía, y la Confederación Sudamericano había comunicado ante la presión algo así como que “desde ahora todo partido por definición de un torneo continental a disputarse en Brasil, se jugará en un estadio estadual y no municipal”. Y Boca, nada. Y más: ¿quién hizo circular entre la prensa para su publicación una lista con jugadores prescindibles, que justamente –y el periodismo deportivo vocero se esmeró en destacar-, eran quiénes “armaban rancho con Román”, sus más allegados, los jugadores que más lo entienden en una cancha, sus compinches afuera.
¿Y todo para deshacerse de un referente?

El repudio del pueblo boquense, banderazos incluidos (histórico hecho por cierto, nunca antes en más de 15 puntos del país, una hinchada salió a la calle a pedir por la continuidad de un ídolo), se basa en uno de los fundamentos teóricos del peronismo: primero la patria, después el movimiento y por último los hombres. Cambiando las palabras Boca por patria, claro, el hincha no hace más que entender que el que más y primero pierde con toda esta movida es el club, los colores, y con eso no se jode. Ni con los ídolos, además, que escasean, y más cuando se trata de uno chapado a la antigua como Román; esos ídolos que soñaron desde chicos jugar en Boca, desde que la pisaba en La Carpita, desde que lo llamaban Cabezón en Argentinos Juniors, tenía el pelo largo y jugaba de cinco. Siempre soñó y nunca lo creyó hasta que pisó la Bombonera. Y cuando lo hizo, eso que siempre había sospechado, que sería como jugar en la villa y ese sería también su potrero, cuasi invulnerable como el del rioba, dijo que la Bombonera era “como el patio de mi casa”.

Además, Riquelme tiene la particularidad de sumar riquelmeanos, hinchas de otros equipos, tan o más tristes que algunos bosteros por el destrato que sufrió, por la jugada, por la encerrona, así, de injusta, llena de avaricia, sin los mismos códigos que los que signó Román con su equipo. Así, como el político que hace política “tirando muertos”, una dirigencia tira un ídolo a los leones. Pagarle así a un tipo que habla poco y nada afuera de la cancha, y dice mucho adentro. Un tipo que lo vienen a azuzar con River en la B y no contesta lo esperado. Un 10 que elogia al nuevo viejo nueve de River. Riquelme, el que le cedió la pelota a Palermo para que bata otro récord pero que no festejó con él porque sabía que iba dedicado a la barra. Román, el que no maneja el pase de ningún jugador, mucho menos un compañero. El Cabezón, que tiene las mimas dificultades para expresar lo que siente en público como a los 15 años, y que tiene que salir a enfrentar los micrófonos y ser, ¡otra vez, cada vez! tan claro: “Yo así, no puedo seguir”, dijo y nadie re preguntó “¿Así, cómo?”.

Noto que el periodismo, sobre todo el deportivo, intenta explicar todo cuanto sucedió desde otras perspectivas. Sin contar los epitetos sin fundamentos con los que Chiche Gelblung decidió opinar la mañana siguiente en su programa de radio al convocar la verborragia sin fundamentos de José Sanfilippo. Omitiendo el facilismo en que se cae al endilgarle al diez “y... se fue de todos los equipos donde jugó peleado o con los compañeros o con el entrenador”. Eso es una media verdad, y además, el análisis es vago y poco profundo si se quiere citar el conflicto que lo alejó del Villarreal del chileno Pellegrini. Mi pregunta para ese análisis es: ¿cómo no tolerar ciertas concesiones al jugador que llevó a un equipo de barrio a la semifinal de la Liga de Campeones de Europa? Sííí. A quien más se mima es a los distintos, que es más que “un simple profesional que debiera asumir las mismas exigencias que el resto”. Por eso es distinto, porque a veces llega con ganas de nada, pero en el partido lo da todo. Eso es un distinto. Pero nunca van a entenderlo. Los Gorilas de todo, los Insensibles de Siempre, los quéquerrádecir nunca entenderan esto, no de cómo tratar a un referente, ídolo y dueño de la pelota en un equipo, y no de cualquiera, sino de los grandes de Argentina. Un tipo que solo suma más copas Libertadores que River. Un tipo que se baja las medias, se esconde las canilleras en el pantalón y juega. Y a Boca no dejó a gamba nunca. Ni siquiera en Brasil (Copa ganada ante Palmeiras y Gremio), ni en Japón (el de la pisada con la pelota atada pegado a la línea de cal), los dos potreros del fubol mundial donde hay que jugar para ganar lo más importante. Nunca entenderán, por caso, por qué renunció a la selección la primera vez (Román dijo: “Desde que juego en la selección mi madre estuvo dos veces internada, prefiero no jugar más con esta camiseta y no que se me muera”).

Quiénes analizan la jugada política por la cual Riquelme no jugará nunca más en Boca, quitan del medio la operación. No destacan que Daniel Angelici era el tesorero cuando el último regreso de Riquelme, y hubo una pelea por el tiempo de duración del contrato. Y tras sellar el acuerdo en cuatro años, Angelici, que pretendía cerrar el vínculo por dos, renunció al cargo. Ahora, tras toda una larga historia de incompatibilidades, analizan la reunión entre los dirigentes y el representante de Román como “el último esfuerzo para retenerlo”. ¿Retener a quién se hizo todo por echar? Debieran escribir: la dirigencia de Boca se ve en la obligación, ante la presión del hincha –banderazos incluidos-, de reunirse aunque sea con el representante pese a que saben que no hay vueltas atrás. Porque conocen más que nadie a Riquelme. Porque hicieron todo para alejarlo. Incluso, enseguida de volver derrotados de Brasil y ante la banca vía twitter de Schiavi, se le renovó por seis meses el contrato al Flaco y se le compró (in)discretamente el silencio.

Uno se complace en opinar como los jugadores, se siente un poco más a salvo de la gilada que nunca pisó un vestuario ni amateur, ni contempla ubicarse en el lugar del otro al opinar, hablar, difamar. En distintos medios, los ex jugadores del club Raúl Cascini, Marcelo Delgado y Chicho Serna coincidieron en que: 1) Riquelme no puede irse de esta manera del club 2) el papel de los dirigentes fue “flojo”, e “irresponsable” 3) y que nadie habla de las “las cosas feas” que pasaron en el vestuario de Boca. Y entonces, otra vez, como el comienzo de esta nota ¿qué sucedió en el vestuario del Pacaembú, o en la Bombonera, para que JR Riquelme decidiera así, sin más, dejar de jugar en el club que es como el patio de su casa?

Alguna vez, cuando alguien escriba la historia del pibe de la villa tímido, que jugaba de cinco y lo llamaron a la selección juvenil, se cortó el pelo y se trajo un mundial. Le volvió a crecer un poco el pelo y pasó a Boca, y empezó a ganar campeonatos y copas. Se fue a Barcelona y no quiso cambiar su manera, lo cedieron a un equipo de barrio al que llevó a la semifinal del torneo de clubes más importante del planeta. Tuvo el pase a la final en sus pies en un penal a diez minutos del final, se lo atajaron, y lloró mientras lo aplaudían. Se puso la camiseta de la selección en mayores y estuvo a diez minutos de una semifinal del mundo, pero nos empataron justo cuando lo sacaron a él y sus compañeros se distrajeron en un lateral y él ya no estaba en cancha ni para el alargue ni para la definición por penales. Entonces volvió a Boca y ganó otra vez campeonato y copas. Alguien alguna deberá escribir toda esta historia del pibe que casi no hablaba fuera de la cancha y en cambio gritaba y cantaba adentro, pero no con la boca. Esa vez, esperaré la página que se dedique al capítulo que cuente qué carajo pasó en el vestuario del Pacaembú, a principios de julio de 2012 para que Román no quiera seguir y dejarle su camiseta al técnico con ínfulas de emperador, y el patio de su casa al presidente con mirada de mafioso.


PD: este escriba siente lástima por el pocacalle que tilda a Juan Román Riquelme de pecho frío

1 comentario:

Cristian dijo...

Creo que lo que implica la jugada de Riquelme no es simplemente una gambeta sino implica poder acertar en la vida y poder sacar la habilidad y el talento que tenemos en nuestra actividad. Por eso me gustaría poder lograr lo máximo dentro de la informática que es a lo que me dedico y eso seria saber como hackear facebook.